Por Wilfredo Sierra Moreno.
A punta de repetir tantos años las mismas celebraciones de acuerdo a como va circulando el calendario anual de la vida, uno va perdiendo el encanto de las fechas porque aprendió que todo es flor de un momento, discursos emocionados de los que al día siguiente queda nada, y exaltaciones retoricas que resultan un simple saludo a la bandera… “Vanidad de vanidades, todo es vanidad…”, dice el texto bíblico de Eclesiastés y, la verdad, al cabo del tiempo uno termina convencido que de tanto oropel y presunción barata no es buena…
De lo que me queda por decir, tal vez lo que preocupa es la situación de los trabajadores de éste oficio, quienes no tiene ninguna garantía cierta para su oficio, y sin servicio de salud garantizado, posibilidades efectivas de acceder a una vivienda digna y, a veces, sin una eventualidad de un ingreso cierto, la condición humana de esos que hipócritamente llaman exponentes de un supuesto cuarto poder, no es precisamente una muestra de reconocimiento y dignificación efectiva. Aquí, como en muchas otras cosas, vivimos de las apariencias, de la hipérbole retocada que a la final no dice mucho, y de esas vanidades estúpidas que hacen a muchos pavonearse como reyezuelos de marioneta que podrían ser perfectamente personajes de una representación trágico cómica.
Por supuesto que los logros contra la corrupción y la delincuencia en un contexto social caracterizado por la inconsecuencia y la falta de valores le da una razón de ser a este oficia, pero en medio de ese mar de inconsecuencia generalizada pareciera que esas conquistas fueran como sembrar rosas en el desierto. De todas formas, sigo adhiriendo a ese escepticismo pragmático que desde que inicie este trabajo, hace muchos años, aprendí de mi magistral maestro Enrique Santos Montejo, Calibán: “Yo creo que este país se salvara por designio de la providencia o por cualquier clase de suerte trascendente, pero no exactamente por la acción de periodistas que hoy son y mañana no parecen”.