Editorial

Editorial: COLOMBIA, ¿UN ESTADO LAICO?

Publicidad

Por Wilfredo Sierra Moreno.

wilfredo sierra morenoPosiblemente en donde de manera más contundente se puede palpar la dicotomía entre los que dice la letra de la Constitución Nacional y lo que en verdad se siente y se practica en nuestra controvertida sociedad, es en la consideración constitucional de que éste es un estado laico, esto es, que su leyes y criterios de administrar justicia y orientar su acción está alejado de todo dogmatismo religioso. Si tanta dicha fuera verdad nosotros no tendríamos  la intromisión diaria de tantos  curas ladinos y pastores evangélicos bandidos que en nombre de dios, quieren decirle al país como se deben hacer las cosas entre nosotros.

Cosa que se ha visto por esto días más que palpable en la discusión de los nuevos derechos legales a los que aspiraran la comunidad homosexuales del país, y que ha hecho que, una vez más, el Papa, por intermedio de su vocero en el país, nos recuerde que él pretende ser el dueño y dictador del mundo y que nosotros, como sus esclavos, debemos legislar y pensar de acuerdo a su monárquico criterio. La arrogante presunción de la clerecía católica no debe sorprender, si se tiene en cuenta que desde que se instauraron como gran poder terrenal de este planeta, no solo han creído ser los dueños de los criterios para manejar todas las cosas del globo terráqueo,  sino que además han matado, sin piedad, para mantener sus privilegios.

No se puede olvidar que la instauración del catolicismo en América Latina se dios gracias a que tan dictatoriales voceros de un dios soberbio y arrogante, mataron a miles de millones de nuestros padres aborígenes, a quienes ni siquiera les daban la posibilidad de tener alma y por lo tanto -¡tan generosos!- no los consideraban seres humanos. En la inquisición usaron de las peores armas de tortura para someter y matar a quienes no estaban de acurdo a su particular manera de pensar la vida, y en la relación de la política internacional de entonces nunca dejaron de usar el veneno para disolver disputas con los reinos de entonces. Bueno, hace poco a Juan Pablo I también le aplicaron la formulita del envenenamiento y el Papa inmediatamente anterior tuvo que renunciar a su cargo porque sabia perfectamente que la gran jerarquía de la santa madre iglesia católica no se para en mientes cuanto se trata de quitar de por medio a quien considera que le estorba.

Y todo, señoras y señores, en el nombre de dios. Un  dios bien particular, mañoso y pendenciero, que tiene entre sus representantes en la tierra a la peor cáfila de rufianes y mentirosos que la historia universal haya creado  y que no tienen escrúpulos para  imponerle a los gobierno del mundo – hoy por métodos menos cruentos que hace unos cuantos años-  su verdad particular, a las buena o a las malas. Y que teniendo entre sus miembro al mayor numero de maricas y pedófilos del planeta, se rasga las vestiduras hablando de una santidad hipócrita, que ella misma sabe a ciencia cierta, que es un invento teológico falaz. Pero es la santa madre iglesia, católica y apostólica, y nuestros bien amados padres de la patria corren a comulgar con sus molinos de viento, votando en la dirección en que la clerecía les ordena.

¡Que bonita democracia! Pero  indudablemente a tan refinada casta de ángeles terrenales y sus pares evangélicos, que son tan ladinos y falsos como los otros, les cabe perfectamente la sentencia de su mismo supuesto libro sagrado: “¡Fariseos hipócritas!, blancos y resplandecientes por fuera, pero por dentro llenos de podredumbre de muerta”.