Por Wilfredo Sierra Moreno.
Posiblemente ningún sector de la economía colombiana ha sido tan golpeado a lo largo de los últimos años como el del campesinado tradicional de nuestra patria, afectos por mil y una circunstancias dolorosas que ha hecho que los pocos labriegos que se mantengan en los surcos de cultivo sean unos verdaderos héroes o unas dolorosas victimas de las circunstancias que, en su desgracia, no tiene para donde más coger.
Posiblemente ninguna factor ha golpeado más el agro colombiano que el de la violencia, tanto de derecha como de izquierda y, por supuesto, vuelve a ser descaradamente hipócrita la guerrilla colombiana cuando en la mesa de dialogo de la Habana trata de mostrarse preocupada por el sector agrario nacional y por la suerte de sus habitantes. Nadie como ellos han esquilmado, sometido, despojado y maltratado las gentes de nuestro sector rural, y claro, como siempre, se hacen los locos para no restituir las miles de hectáreas que con el fusil en la mano les han robado, descaradamente, a las gentes humildes del campo.
Pero igualmente mentiroso ha sido el gobierno nacional cuando firmando por cargaderas tratados de libre comercio con cuanto país del mundo se le atraviesa, afirma que eso dará oportunidad a nuestro campo y sus productos, cuando el más ingenuo conocedor de las condiciones de producción y de mercadeo del sector agropecuario internacional sabe que no estamos en condiciones, ni económica, ni de estructura, ni de tecnología, para competir con los grandes monstruos agroindustrial del planeta. Lo de el cacao, para traer a la atención solo un ejemplo, es una pequeña muestra de que hablar de futuro prospero frete al mercado abierto del mundo es pura retorica.
En ese contexto, la sola tenencia de la tierra o la restitución de los terrenos robados por los diferentes actores de la violencia, no le garantiza ningún futuro a nadie, sobre todo cuando no hay asistencia técnica efectiva, financiación ojala a cero intereses y un aparato de recolección y mercadeo nacional que haga que la cosecha no se pudra en los portones de las fincas, porque resulta más costoso llevarlo al mercado del pueblo que dejarlo perder ahí. Claro, a los ojos del observador desprevenido la repartición de azadones, machetes, uno y otro utensilio para usar en la casucha pobre de la vereda puede verse a como muy generoso.
Pero no hay quien deje de creer que hace más patente la miseria y desamparo del campesino cuando se le trata como a pordioseros a quienes con unos cuantos mendrugos se les quiere de dar «contentillo» por un día, mientras el resto del año sufren la angustia desesperante por la subsistencia. Pero de todas formas muchas gracias señores alcaldes. Sobre todo si se tiene en cuenta que en la compra de esas chucherías alguien se queda con el 20% (ó el 40%) del contrato de suministro. Dirán ustedes que ahí en alguna forma se esta cumpliendo el precepto de los religiosos de “dar de comer al hambriento”. ¡Tan generosos!